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Creyeron que nadie regresaría a esos vastos terrenos para
apropiarse de ellos. Lo dejaron en stand-by, sé que aún hay un poco de
esperanza empírica en sus interiores, y por eso no destruyeron nada. No
obstante, pausarlo no es la clave, no cuando estábamos tan cerca… Tendré que
activar de nuevo la maquinaria, pese a que esté solo.
Sólo diez cadáveres… sólo cuarenta microchips… y todos los
trabajos de investigación. Probabilidades, no me falléis, debéis ser generosas,
haced que el mundo vea un próspero futuro. ¡El Proyecto Marioneta de Carne debe
seguir adelante!
Proyecto Marioneta
de Carne
Cuando un organismo
muere, sus funciones vitales desaparecen, su esencia deja de existir y deja
tras de sí una carcasa llena de cables y aparatos fuera de funcionamiento,
exentos de energía.
Sin embargo, pasa un
tiempo considerable antes de que este material se desperdicie y se desintegre.
Sólo requiere una nueva fuente de alimentación. El soldado ha abandonado su
armadura, pero esta, hasta que no se oxide, puede seguirse… moviendo.
Al fin y al cabo, los
músculos y los nervios son otro aparato electrónico más. Si un ser vivo recibe
una descarga, su cuerpo convulsionará. Esto se debe a que sus nervios se excitan
desmesuradamente y envían caóticas órdenes al aparato locomotor, el cual acata
sin rechistar.
El quid de la cuestión
es: con la microtecnología actual y con un control preciso basado en los
conocimientos anatomofisiológicos, cabe la posibilidad de que con pequeños
impulsos eléctricos estas convulsiones dejen de ser tan descontroladas y
adopten unos movimientos más eficientes.
Aquí es donde entra en
juego el Microchip A30-5GH, que al ser implantado en la médula espinal es
capaz, o al menos en teoría, de enviar minúsculas descargas con un patrón de
recorrido establecido. De tal forma, la electricidad viajará por los nervios
requeridos y moverá los músculos específicos.
Gracias a su gasto
reducido y a su gran amplitud multitarea, con la coordinación necesaria se cree
que algún día se podrá hacer que un cuerpo difunto se mueva de forma tan
natural como cualquier otro ser humano vivo lo haría.
La finalidad de esto,
entre otras muchas, es sustituir a soldados y trabajadores de riesgo por las
denominadas Marionetas de Carne, para conseguir así, si un peligro ocurre, que
ninguna vida sea finiquitada y en su lugar el destino lo sufra un cuerpo que
lleve una gran temporada sin ser “habitado”.
Procedí. Puse a los cadáveres en las camillas en decúbito prono y
abrí la región cervical con mi bisturí. Extraje uno de los microchips de su
envoltorio y conecté las células gliales sintéticas con los osteocitos
vertebrales. Continué con cinco más y apliqué el patrón físico-dinámico del
software motriz. Activé el sistema de descarga e inicié las primeras pruebas.
Tres de los dispositivos estallaron e inutilizaron los
cuellos de sus propietarios. Con el cuarto logré algo de estabilidad. Llegó a
levantar el torso, pero, cuando se dispuso a iniciar el comando de dinámica de
apéndices, se sobrecalentó y el cuerpo cayó destartaladamente al suelo.
Sin embargo, con el quinto… Oh… No respondía, seguía tan
frío como cualquier otro muerto. Analicé en el ordenador los impulsos
electromagnéticos. Eran nulos. Algo iba mal, quizás el microchip tuviera una
tara o se hubiera estropeado su programa de ejecución durante el transporte al
laboratorio. Bueno, nada que no arreglara una pequeña sobrecarga. Si
desfibrilaba el corazón del cadáver, podría enviar una fuerte descarga directa a
la espina dorsal para encender el dispositivo.
Encendí los desfibriladores y subí el voltaje. Uno en el
abdomen supralateral, otro directo a la región apical. Uno, dos, tres.
¡Descarga! El cuerpo rebotó en la camilla y resonó un débil chisporroteo. Me
asomé a la pantalla del ordenador. Nada, seguía inactivo. Volví a encender los
desfibriladores, una vez más. Uno, dos tres. ¡Descarga! Observé de nuevo la pantalla y…
Respuesta cero. Habría de acoplar nuevos microchips…
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¡Pulso! ¡Débil pero existente! Por desgracia, estaba tan
entusiasmado que no me percaté de la hostil reacción del “resucitado”. Me dio un fuerte tirón y envolvió con sus
manos mi cuello. Me estaba estrangulando y parecía que sólo me soltaría cuando
dejase de respirar. Iba a morir, pero eso ya daba igual, porque…
¡Se movía, estaba vivo!
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