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Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 8 de febrero de 2014

Microdemencia: Axones

Dicen que estoy loco por seguir llevando a cabo una investigación que fue abandonada, dada por imposible, hace tantos años atrás. Pero es irrelevante lo que digan… No destruyeron el laboratorio, ni los materiales excedentes… ni los cuerpos.

Creyeron que nadie regresaría a esos vastos terrenos para apropiarse de ellos. Lo dejaron en stand-by, sé que aún hay un poco de esperanza empírica en sus interiores, y por eso no destruyeron nada. No obstante, pausarlo no es la clave, no cuando estábamos tan cerca… Tendré que activar de nuevo la maquinaria, pese a que esté solo.

Sólo diez cadáveres… sólo cuarenta microchips… y todos los trabajos de investigación. Probabilidades, no me falléis, debéis ser generosas, haced que el mundo vea un próspero futuro. ¡El Proyecto Marioneta de Carne debe seguir adelante!

Proyecto Marioneta de Carne

Cuando un organismo muere, sus funciones vitales desaparecen, su esencia deja de existir y deja tras de sí una carcasa llena de cables y aparatos fuera de funcionamiento, exentos de energía.
Sin embargo, pasa un tiempo considerable antes de que este material se desperdicie y se desintegre. Sólo requiere una nueva fuente de alimentación. El soldado ha abandonado su armadura, pero esta, hasta que no se oxide, puede seguirse… moviendo.

Al fin y al cabo, los músculos y los nervios son otro aparato electrónico más. Si un ser vivo recibe una descarga, su cuerpo convulsionará. Esto se debe a que sus nervios se excitan desmesuradamente y envían caóticas órdenes al aparato locomotor, el cual acata sin rechistar.

El quid de la cuestión es: con la microtecnología actual y con un control preciso basado en los conocimientos anatomofisiológicos, cabe la posibilidad de que con pequeños impulsos eléctricos estas convulsiones dejen de ser tan descontroladas y adopten unos movimientos más eficientes.

Aquí es donde entra en juego el Microchip A30-5GH, que al ser implantado en la médula espinal es capaz, o al menos en teoría, de enviar minúsculas descargas con un patrón de recorrido establecido. De tal forma, la electricidad viajará por los nervios requeridos y moverá los músculos específicos.
Gracias a su gasto reducido y a su gran amplitud multitarea, con la coordinación necesaria se cree que algún día se podrá hacer que un cuerpo difunto se mueva de forma tan natural como cualquier otro ser humano vivo lo haría.

La finalidad de esto, entre otras muchas, es sustituir a soldados y trabajadores de riesgo por las denominadas Marionetas de Carne, para conseguir así, si un peligro ocurre, que ninguna vida sea finiquitada y en su lugar el destino lo sufra un cuerpo que lleve una gran temporada sin ser “habitado”.

Procedí. Puse a los cadáveres en las camillas en decúbito prono y abrí la región cervical con mi bisturí. Extraje uno de los microchips de su envoltorio y conecté las células gliales sintéticas con los osteocitos vertebrales. Continué con cinco más y apliqué el patrón físico-dinámico del software motriz. Activé el sistema de descarga e inicié las primeras pruebas.

Tres de los dispositivos estallaron e inutilizaron los cuellos de sus propietarios. Con el cuarto logré algo de estabilidad. Llegó a levantar el torso, pero, cuando se dispuso a iniciar el comando de dinámica de apéndices, se sobrecalentó y el cuerpo cayó destartaladamente al suelo.

Sin embargo, con el quinto… Oh… No respondía, seguía tan frío como cualquier otro muerto. Analicé en el ordenador los impulsos electromagnéticos. Eran nulos. Algo iba mal, quizás el microchip tuviera una tara o se hubiera estropeado su programa de ejecución durante el transporte al laboratorio. Bueno, nada que no arreglara una pequeña sobrecarga. Si desfibrilaba el corazón del cadáver, podría enviar una fuerte descarga directa a la espina dorsal para encender el dispositivo.

Encendí los desfibriladores y subí el voltaje. Uno en el abdomen supralateral, otro directo a la región apical. Uno, dos, tres. ¡Descarga! El cuerpo rebotó en la camilla y resonó un débil chisporroteo. Me asomé a la pantalla del ordenador. Nada, seguía inactivo. Volví a encender los desfibriladores, una vez más. Uno, dos tres. ¡Descarga!  Observé de nuevo la pantalla y…

Respuesta cero. Habría de acoplar nuevos microchips…

En cambio, repentinamente, comencé a divisar pequeños movimientos extrapiramidales. ¿Pudiera ser? Palpé su nuca y no percibí vibración alguna. Definitivamente el microchip estaba roto. Sólo quedaba una posibilidad. Agarré su muñeca derecha y le tomé el pulso radial.

¡Pulso! ¡Débil pero existente! Por desgracia, estaba tan entusiasmado que no me percaté de la hostil reacción del “resucitado”.  Me dio un fuerte tirón y envolvió con sus manos mi cuello. Me estaba estrangulando y parecía que sólo me soltaría cuando dejase de respirar. Iba a morir, pero eso ya daba igual, porque…

¡Se movía, estaba vivo!

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