
Por supuesto que la calidad de vida de muchos niños ha
empeorado, y bastantes han perecido durante los primeros días de vida, pero
todas esas defunciones son gratamente compensadas por la infinidad de neonatos
que disfrutan de una vida perfecta con su padre y su madre sin haber corrido el
riesgo del asesinato prenatal.
Me repugnan esas personas que continúan estando a favor del
aborto, ¡claro, como ellos ya nacieron y no han pasado por esa fatídica
decisión, pues los demás que se busquen la vida! Es lamentable… y lo mejor de
todo es que consideran avance el legalizar esta clase de asesinato.
Yo no tuve la suerte de quedarme embarazada hasta hoy mismo.
Estoy rebosante de alegría, es el mejor regalo que toda mujer puede recibir:
cumplir su ciclo como ser vivo. Si no has venido a este mundo para dejar
descendencia, ¿entonces qué haces aquí?
Lo dicho, es magnífico poder presenciar de primera mano la
creación de un pequeño ser. Mi maquinaria biológica se ha puesto en marcha y
nada va a pararla, cumpliré mi misión como madre y protegeré a mi hijo ante
cualquier adversidad. No me importa si nace sin algún órgano o extremidad,
incluso aunque los médicos estimen que sólo vivirá minutos, para mí será un
sueño hecho realidad el poder ver su rostro.
Acudo a los primeros exámenes rutinarios y me aseguran que
la gestación sigue su curso con total normalidad. Eso es bueno, a excepción de
un pequeño inciso que me dijo la obstetricia.
“Hay una muy pequeña
probabilidad de mutación durante este primer mes, tenga cuidado con los
fármacos y agentes físicos tales como un exceso de radiación solar.”
No entendí muy bien a qué se refería. Procuraré ser
precavida, por supuesto, pero si por algún motivo al final mi niño sale con una…
mutación… no será repudiado ni ejecutado como un preso condenado a muerte.
Daría mi vida por verle sonreír.
Transcurrieron cuatro meses y la fortuna decidió que al
final el embrión quedase afectado. Las ecografías no lo mostraban, pero ciertos
análisis moleculares lo señalaban así. Al parecer era una enfermedad bastante
grave de la que sólo se conocían tres casos más, sin contar el de mi hijo. Quise
saber de qué se trataba, sin embargo, ante mi asombro, se negaron con la excusa
de que era una patología joven aún en fechas de experimentación e investigación
y que nadie fuera del ámbito sanitario podía profundizar en el asunto, ni
siquiera los aquejados de ella.
En definitiva, permanecí en absoluto desconocimiento acerca
de lo que sufría mi querido hijo. Y para colmo la única solución que me dieron
fue viajar a un país donde el aborto fuera legal. ¡Esa impertinencia era
inconcebible! ¿Me tomaban por una repugnante asesina? No, mi niño nacerá,
aunque sólo sea para contemplar sus ojos y seguidamente llevarlo entre mis
brazos al mortuorio, porque daría mi vida por verle sonreír, pese a que sus
labios destellasen tan solo un segundo.
Siguieron insistiendo hasta el noveno mes, cuando la cuenta
atrás para dar a luz había comenzado. Era indignante ver cómo me suplicaban
casi poniéndose de rodillas y tratando de engañarme para que tomara sustancias
que causasen un accidente abortivo. No obstante, no lo lograron. Resistí, fui
fuerte.
Ahora estoy en el paritorio junto a la única matrona
que se ha ofrecido a realizar la labor… Es doloroso el proceso, lo sé, pero ni
por asomo se me pasará por la cabeza el arrepentimiento de tenerlo. Hasta que…
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“Daría mi vida por verle sonreír.”
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