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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

lunes, 3 de febrero de 2014

Microdemencia: Parto

Ha costado mucho sudor… pero al fin, tras años de reivindicaciones, se ha obtenido la completa protección de los fetos. Ni por una razón ni por otra se podrá abortar, pues no hay motivo lo suficientemente fuerte como para que no se respete el derecho inalienable de un ser vivo. Ya se sufre suficiente con los desprendimientos embrionarios accidentales como para que se hagan masacres a voluntad.

Por supuesto que la calidad de vida de muchos niños ha empeorado, y bastantes han perecido durante los primeros días de vida, pero todas esas defunciones son gratamente compensadas por la infinidad de neonatos que disfrutan de una vida perfecta con su padre y su madre sin haber corrido el riesgo del asesinato prenatal.

Me repugnan esas personas que continúan estando a favor del aborto, ¡claro, como ellos ya nacieron y no han pasado por esa fatídica decisión, pues los demás que se busquen la vida! Es lamentable… y lo mejor de todo es que consideran avance el legalizar esta clase de asesinato.

Yo no tuve la suerte de quedarme embarazada hasta hoy mismo. Estoy rebosante de alegría, es el mejor regalo que toda mujer puede recibir: cumplir su ciclo como ser vivo. Si no has venido a este mundo para dejar descendencia, ¿entonces qué haces aquí?

Lo dicho, es magnífico poder presenciar de primera mano la creación de un pequeño ser. Mi maquinaria biológica se ha puesto en marcha y nada va a pararla, cumpliré mi misión como madre y protegeré a mi hijo ante cualquier adversidad. No me importa si nace sin algún órgano o extremidad, incluso aunque los médicos estimen que sólo vivirá minutos, para mí será un sueño hecho realidad el poder ver su rostro.

Acudo a los primeros exámenes rutinarios y me aseguran que la gestación sigue su curso con total normalidad. Eso es bueno, a excepción de un pequeño inciso que me dijo la obstetricia.

“Hay una muy pequeña probabilidad de mutación durante este primer mes, tenga cuidado con los fármacos y agentes físicos tales como un exceso de radiación solar.”

No entendí muy bien a qué se refería. Procuraré ser precavida, por supuesto, pero si por algún motivo al final mi niño sale con una… mutación… no será repudiado ni ejecutado como un preso condenado a muerte. Daría mi vida por verle sonreír.

Transcurrieron cuatro meses y la fortuna decidió que al final el embrión quedase afectado. Las ecografías no lo mostraban, pero ciertos análisis moleculares lo señalaban así. Al parecer era una enfermedad bastante grave de la que sólo se conocían tres casos más, sin contar el de mi hijo. Quise saber de qué se trataba, sin embargo, ante mi asombro, se negaron con la excusa de que era una patología joven aún en fechas de experimentación e investigación y que nadie fuera del ámbito sanitario podía profundizar en el asunto, ni siquiera los aquejados de ella.

En definitiva, permanecí en absoluto desconocimiento acerca de lo que sufría mi querido hijo. Y para colmo la única solución que me dieron fue viajar a un país donde el aborto fuera legal. ¡Esa impertinencia era inconcebible! ¿Me tomaban por una repugnante asesina? No, mi niño nacerá, aunque sólo sea para contemplar sus ojos y seguidamente llevarlo entre mis brazos al mortuorio, porque daría mi vida por verle sonreír, pese a que sus labios destellasen tan solo un segundo.

Siguieron insistiendo hasta el noveno mes, cuando la cuenta atrás para dar a luz había comenzado. Era indignante ver cómo me suplicaban casi poniéndose de rodillas y tratando de engañarme para que tomara sustancias que causasen un accidente abortivo. No obstante, no lo lograron. Resistí, fui fuerte.

Ahora estoy en el paritorio junto a la única matrona que se ha ofrecido a realizar la labor… Es doloroso el proceso, lo sé, pero ni por asomo se me pasará por la cabeza el arrepentimiento de tenerlo. Hasta que…

Hasta que el niño salió… Y no precisamente por la salida convencional. La matrona gritaba mientras observaba horrorizada mi abdomen estallar en mil pedazos. Aquella cabeza que asomaba, embadurnada en sangre, era de todo menos humana. Unos ojos amarillos brillantes y unos dientes afilados como sierras. Apenas podía gritar por el sobrecogedor dolor, el shock me había enmudecido… Sin embargo, aún no había empezado lo peor. Me iba a devorar, lo veía en su mirada y en su mueca sádica… Dios mío, ¿qué es lo que he traído al mundo?

“Daría mi vida por verle sonreír.”

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