
Como fuera, hoy no había motivo alguno para lamentarse, sino
para saltar de júbilo. Cuando creíamos que nunca más volveríamos a vernos,
nuestro antiguo delegado nos envió a todos y cada uno de nosotros un correo
electrónico con la sorpresa de una reunión con los de la clase.
Finalmente llegaron los últimos, con un poco de tardanza, y
pudimos sentarnos en las mesas para dar comienzo al banquete. Me moría de
hambre, siendo un buffet ni siquiera había comido para poder amortizar el
precio y comer todo lo que cupiera en mi estómago.
No obstante, antes, Rubén, el delegado, se subió a la
tarima. Creo que no lo he mencionado. Aquel restaurante tenía la particularidad
de que a veces hacía espectáculos, por lo que una de las zonas parecía un
teatro. Lo mejor es que tras la cena podríamos divertirnos un rato subiendo a tal
lugar. El restaurante, en su totalidad, estaba a nuestra disposición. Ventajas
de hacer reservas.
Rubén se aclaró la garganta y habló por el micrófono. Quería
agradecer a todos nuestra asistencia y desearnos mucha suerte en los proyectos
que estuviésemos llevando a cabo. Añadió unas cuantas bromas para amenizar el
discurso. Era fascinante, perfecto, acababa de empezar la reunión y todo
marchaba genialmente bien. Tenía la impresión de que este día quedaría grabado
como uno de los mejores recuerdos de mi vida…
Pero súbitamente todo cambió. La alegría fue absorbida por
el pánico. El telón de detrás se movió e, inmediatamente después, del vientre
del delegado surgió el filo ensangrentado de un machete. La muchedumbre
enmudeció. Rubén quería emitir algún sonido, aunque fuera un grito, pero se
atragantaba, la sangre refluía hasta su boca. A los pocos segundos, el asesino,
que se ocultaba a sus espaldas, sacó el machete de la carne perforada y se
mantuvo de pie, aguardando su presentación.
El cuerpo cayó y todos pudimos contemplarle. Nos habíamos
olvidado por completo de aquel alumno. Siempre tan callado, reservado y aislado:
Antonio. No dábamos crédito a lo que acababa de hacer. ¿Por qué había matado a
Rubén? Él, aprovechando el shock, antes de que cundiera el horror, se aseguró de que
todas las salidas estuvieran bloqueadas y, seguidamente, se explicó.
-El bicho raro… el
solitario… el monstruo… el friki… el nerd… Una cantidad ingente de adjetivos
circularon por las aulas durante los dos años que estuvimos juntos… Ninguno de
ellos tuvo un carácter lejano al despectivo…
Pausó un momento para lanzar una daga en dirección a la
frente de Marga, una de las compañeras que peor se portó con él, matándola al
instante.

En ese momento sacó un interruptor de su bolsillo e hizo que
todas las luces se apagasen. Un sonido electrónico vino después. Era
inconfundible, acababa de encender unas gafas de visión nocturna… Unos
corrieron a ciegas, otros lloraron; yo, por mi parte, me quedé de pie, respiré
hondo y esperé a que me diera el golpe de gracia. Era evidente, en el fondo
estaba justificado lo que hacía, no debimos haberle tratado así… Pero ya era
tarde para pedir disculpas, el daño ya se hizo. Además, sólo había que escuchar
sus últimas palabras antes de iniciar la matanza. En ellas había dolor y rabia,
era pura aflicción que ahora combatía a los monstruos que le atormentaron.
-Así que me encargaré
de recordároslo.
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