Vivimos en mundo donde ningún patrón se repite más de una
vez, ninguna persona se parece a otra, cada una con cualidades variopintas,
pero la mayoría de ellas innecesarias.
En épocas pasadas esto podría resultar irrelevante, pero, si
de verdad queremos avanzar con más celeridad en nuestro proceso de
humanización, debemos adoptar una serie de pautas que homogenicen a la
humanidad. La evolución está a favor de esta premisa: prevalecen los fuertes,
mueren los débiles.
Desgraciadamente, a día de hoy, muchos débiles campan a sus
anchas a sabiendas de que protecciones que no se merecen les salvaguardarán. No
es justo, si has tenido la mala suerte de nacer con alguna tara, no tienes
derecho a apropiarte de productos que otros humanos más cualificados para la
progresión podrían disfrutar.
Por eso inicié hace poco una campaña para erradicar la
debilidad del hombre. Este, pese a que se haya perfeccionado, no debería
alejarse de la naturaleza. No es así como el hombre perfecto prevalecerá. Ya es
suficiente con que otras sanguijuelas inferiores ralenticen la evolución de los
más aptos.
No obstante, tengo puestas mis esperanzas en el inexorable
destino, y, añadiendo la propaganda de mi organización para propiciar mejores
calidades a los fuertes, no habrá nadie capaz de impedir que la evolución siga
su curso.
Y si eso falla, recurriremos a la ciencia. Huelga decir que
la inteligencia es un aspecto importante, debido a ello nosotros poseemos los
cerebros más lúcidos del globo, los cuales, con orgullo, investigan en los más
complicados campos de la genética para ayudar a todos. Sabemos que no se puede
luchar en contra de la aleatoriedad, así que seguirán naciendo niños frágiles.
Sin embargo, gracias a estos investigadores, los padres ya no se tendrán que
preocupar, pues tendrán un niño sano, fuerte y apto para el nuevo mundo.
Por tanto, quiero hacer un llamamiento a los pocos
opositores que quedan. Sé que suena duro, que no todos hemos tenido la suerte
de proseguir el camino de la naturaleza, pero quiero que pienses en un futuro
donde no haya enfermedades ni malformaciones, donde la tranquilidad sea lo
único que resuene por las calles, donde los peligros queden extintos y la
armonía reine alrededor de todo el planeta. En resumen, donde los humanos
alcancemos una utopía real que se deshaga de los obstáculos mucho antes de que
aparezcan. ¿No sería maravilloso? ¿No crees que tales sacrificios merecen la
pena por un bien común? ¿Qué me dices, camarada, acaso no es bueno luchar por
los tiempos venideros que vivirán nuestros hijos y nietos?
Bueno, tengo que dejarlo por hoy. Ha llegado un nuevo camión
con judíos listos para la incineración.
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