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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

viernes, 7 de febrero de 2014

Microdemencia: Amor

Mis ojos aún no me permitían ver nada. Ni siquiera la tenue luz de la calle era lo suficientemente fuerte como para menguar la negrura de mi habitación. Era pronto, con dificultad veía los débilmente iluminados números del despertador. Supuse que, pese a la completa y relajante oscuridad, me llevaría un buen rato volverme a dormir. Mientras tanto…

Parece que ella también se había desvelado, posiblemente a causa de mis movimientos. Posó sus cálidos brazos sobre mi abdomen y me acercó hacia ella. Estaba cariñosa. Llevé mis manos a su cabellera y la acaricié delicadamente. Acepté su propuesta, nada mejor que retozar para dar la bienvenida al descanso y al placer.

Nuestras piernas se enredaron y nuestros labios se fusionaron. Se puso encima de mí y la abracé con todas mis fuerzas. Los bufidos y las traviesas risas reverberaban al son de sus latidos. Cada vez se aceleraba más y más el bombeo, y con ello la pasión.

La oscuridad cegaba nuestros ojos, pero no nos hacían falta para ver nuestras caras, pues la propia danza melódica nos otorgaba nuevos sentidos. Nuestras siluetas se deslizaban entre las sábanas y cada célula de nuestros cuerpos se enervaba ante el exceso de oxitocina. Lo que al principio parecía el arrebato de un espléndido sueño ahora no era sino la entrada a un mundo, de raíz epicúrea, mucho mejor.

Tras unos intensos minutos, el descontrol tomó las riendas y acabamos sumergidos en una espiral de auténtico deleite para, al final, terminar de nuevo abrazados, apacibles y serenos. Fue perfecto.

A la mañana siguiente desperté en una cama más grande. Ella no estaba, se habría levantado ya. Me froté los ojos y fui al baño a lavarme la cara, ¿tanta energía había gastado por la noche haciendo eso? Fuera como fuera mereció la pena. No recuerdo en mi pasado algo semejante, se había liberado la totalidad de mi instinto animal, casi como si estuviera hipnotizado.

Terminé de lavarme los dientes y me dirigí a la cocina. Quizás ahora me esperaba un exquisito desayuno con algún que otro plato especial.

Sin embargo, lo que había en dicho lugar era lo contrario: un desorden monumental en el que destacaba una inestable torre de platos sucios en el fregadero, manchas de salsa por el suelo y la pared y varios trapos húmedos, señal de un intento poco exitoso de limpiar tamaña suciedad. Lo que venía siendo un símil de la típica cocina de un solterón.

Tal vez hubiera una nota en la puerta del frigorífico, pero no cayó esa breva. Por más que buscara no la encontraba. ¿Hoy trabajaba? Imposible, es domingo. Y, por ende, la hipótesis de haber ido a por un recado quedaba también anulada.

Me encogí de hombros y fui a revisar mi móvil La probabilidad de encontrar un mensaje suyo era bastante alta. Así que regresé a mi habitación en busca del teléfono, cuando de repente un calambrazo agitó mi cabeza. Era como si dos neuronas se hubieran vuelto a conectar tras un pequeño lapso sináptico.

La tan estrecha cama, que no era de matrimonio, el estado lamentable de una cocina que seguro que llevaba días así y, sobre todo, el gran desconocimiento de aquella chica de la que se supone que debía saber su modo de vida. No… algo no encajaba. De hecho, al tratar de pensar en su rostro no se me venía nada claro a la mente. No era amnesia ni algún efecto del alcohol. Ayer pasé el día entero sin salir, por lo que tampoco podría darse el cuasi imposible caso de que fuera un ligue o algo parecido. ¿Un sueño? Negativo, vi varios pelos negros y largos sobre el colchón, y míos no son porque soy pelirrojo. ¿Entonces, qué demonios…? ¡Espera…!

Ahora que lo pienso… yo vivo solo…

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