.jpg)
Parece que ella también se había desvelado, posiblemente a
causa de mis movimientos. Posó sus cálidos brazos sobre mi abdomen y me acercó
hacia ella. Estaba cariñosa. Llevé mis manos a su cabellera y la acaricié
delicadamente. Acepté su propuesta, nada mejor que retozar para dar la
bienvenida al descanso y al placer.
Nuestras piernas se enredaron y nuestros labios se
fusionaron. Se puso encima de mí y la abracé con todas mis fuerzas. Los
bufidos y las traviesas risas reverberaban al son de sus latidos. Cada vez se
aceleraba más y más el bombeo, y con ello la pasión.
La oscuridad cegaba nuestros ojos, pero no nos hacían falta
para ver nuestras caras, pues la propia danza melódica nos otorgaba nuevos
sentidos. Nuestras siluetas se deslizaban entre las sábanas y cada célula de
nuestros cuerpos se enervaba ante el exceso de oxitocina. Lo que al principio
parecía el arrebato de un espléndido sueño ahora no era sino la entrada a un
mundo, de raíz epicúrea, mucho mejor.
Tras unos intensos minutos, el descontrol tomó las riendas y
acabamos sumergidos en una espiral de auténtico deleite para, al final, terminar
de nuevo abrazados, apacibles y serenos. Fue perfecto.
A la mañana siguiente desperté en una cama más grande. Ella
no estaba, se habría levantado ya. Me froté los ojos y fui al baño a lavarme la
cara, ¿tanta energía había gastado por la noche haciendo eso? Fuera como fuera mereció
la pena. No recuerdo en mi pasado algo semejante, se había liberado la
totalidad de mi instinto animal, casi como si estuviera hipnotizado.
Terminé de lavarme los dientes y me dirigí a la cocina.
Quizás ahora me esperaba un exquisito desayuno con algún que otro plato
especial.
Sin embargo, lo que había en dicho lugar era lo contrario:
un desorden monumental en el que destacaba una inestable torre de platos sucios
en el fregadero, manchas de salsa por el suelo y la pared y varios trapos
húmedos, señal de un intento poco exitoso de limpiar tamaña suciedad. Lo que
venía siendo un símil de la típica cocina de un solterón.
Tal vez hubiera una nota en la puerta del frigorífico, pero
no cayó esa breva. Por más que buscara no la encontraba. ¿Hoy trabajaba?
Imposible, es domingo. Y, por ende, la hipótesis de haber ido a por un recado
quedaba también anulada.
Me encogí de hombros y fui a revisar mi móvil La
probabilidad de encontrar un mensaje suyo era bastante alta. Así que regresé a
mi habitación en busca del teléfono, cuando de repente un calambrazo agitó mi
cabeza. Era como si dos neuronas se hubieran vuelto a conectar tras un pequeño
lapso sináptico.

Ahora que lo pienso… yo vivo solo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario