.jpg)
Es un perro bastante casero, no tengo miedo de que se vaya
lejos, de hecho, normalmente lo suelo encontrar acurrucado en un rincón o
detrás de un coche. Es como si se escondiera de algo. Lo malo es que, cuando me
cruzo con alguien y ven que estoy persiguiendo a un perro que no para de
gimotear y temblar, se creen que lo maltrato y le estoy obligando a volver a
casa para seguir pegándole, así que, por dicha razón, en cierta forma, no me
gusta que haga esto. Espero que pronto se le pase esta etapa.
Mientras tanto, sólo me queda acostumbrarme o idear nuevas
formas de que no se escape de casa, cosa la cual veo bastante imposible. Es muy
pequeño y frágil y me parece inaceptable la idea de dejarle encerrado o atado,
aunque sean tan sólo un par de segundos.
Sin poca cosa más que hacer, llamé a la veterinaria para ver
si esto se debía a algún trauma o miedo recurrente. Sin embargo, su diagnóstico
fue inconcluyente. Ni siquiera mostrándole los objetos de casa cuyas siluetas
tenían más predisposición a ser confundidos por los perros conseguimos dar con
la causa. Al final lo único que me aconsejó fue que tuviera paciencia y que
esperara a que se solucionara con el paso de la edad.
Edad… Tres años exactos hacen hoy desde el primer brote de
pánico y yo no veo mejoría alguna. Hay algo… debe ocurrir algo por la noche que
le provoque tal reacción. He tenido suficiente tiempo para hacer mis propias
comprobaciones y, aunque eso de la psicología no sea mi fuerte, he obtenido un
par de conclusiones:
La primera es que es un patrón. Siempre escapa a la misma
hora, con diferencias de diez o veinte minutos. Si algún día me retraso a la
hora de tirar la basura, Coco empieza a incordiarme y se pone completamente
nervioso, obligándome, por exasperación, a abrir la puerta y cometer el mismo
incidente de siempre.
La otra es que, hasta cierto tiempo, aún no calculado, no se
deja coger por mí. Es decir, se mantiene huyendo hasta que llega un momento en
el que permite que le recoja o, más normalmente, viene corriendo a mis pies con
una expresión, quizás poco creíble por gente que no tiene perros, de alivio.
Miedo… alivio. Desde luego debe haber un fenómeno de pocos
minutos que le atormente de tal forma, ya que el resto del tiempo sigue siendo
el de siempre… Pero bueno, basta de estudios de observación, hoy voy directo a
la manipulación del entorno. Le he visto esconderse en todos los recovecos de
la barriada, excepto en uno: mi casa. No sé qué va a pasar, pero desde luego mi hogar es un factor clave, ya que, cuando, a pesar de todo mi dolor, le he
atado la correa a la pata de una silla, Coco incluso ha intentado morderme para
liberarle.
Los minutos pasan y ya llegamos al horario normal en el que
estoy corriendo, muerto de frío por las calles. Coco sigue igual de agresivo,
es como si se hubiera vuelto loco. Cada vez sus ladridos son más fuertes y
agresivos, creo que voy a tener que recordarle la regla del silencio de esta
casa.
Con los primeros gritos es como si se alterara más. No hacen
efecto alguno en él, no le callan. Sé que es de noche y tal vez –no,
probablemente– moleste a alguien del vecindario, pero no me queda otra que alzar
la voz. También tengo la opción de darle una leve palmada, aunque la dejaré
como caso extremo, pese a que de buenas a primeras me vea incapaz.
Finalmente, tras el duodécimo grito imperante, Coco se
calla. No obstante, responde de una manera extraña. No sólo ha dejado de ladrar, sino que se ha puesto a temblar desmesuradamente y a llorar. ¿Le he asustado,
le doy miedo? No. Creo que ha sido otra cosa… Un momento, ¿y esa sombra? No
recuerdo que hubiera algo detrás de mí. Me giro y…
.jpg)
Me lo merezco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario