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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

martes, 25 de febrero de 2014

Microdemencia: Infancia

El hombre aguardaba nervioso al final de la calle, su cita estaba al caer. Todo parecía normal, una persona esperaba a otra, nada más, pero era necesario marcar un leve detalle: quien había quedado con él era una niña de unos trece años.

Este hombre hacía siempre lo mismo, visitaba páginas de contactos con un perfil falso en el que se hacía pasar por un jovencito de quince años que buscaba pareja. Tanto sus fotos como su trato amable en las conversaciones le hacían bastante afortunado en este tipo de páginas. Para él era pan comido, un par de horas hilando un ovillo de falacias afectivas y al día siguiente ambos, anzuelo y presa, ya habían determinado un lugar para reunirse. Tras ello, con un poco de cloroformo, las llevaba sin dificultades a un callejón oscuro y ahí abusaba con total libertad de ellas para después matarlas cortándolas en pequeños trozos.

El pederasta vio a su nueva víctima doblar la esquina con una amplia sonrisa. Quién iba a decirle a esa niña que el chico de sus sueños era sólo un disfraz de oveja portado por un lobo sarnoso. Este, mientras se relamía cual depredador lupino, se escondía entre los arbustos próximos y mantenía la calma.

La niña, por su lado, finalmente se posó al lado de la señal de ceda el paso en la que habían acordado el encuentro. Miraba de un lado a otro con impaciencia, sus piernas temblaban, aún incrédula al saber que en cuestión de minutos conocería a su perfecto príncipe.

La calle quedó exenta de gente y el hombre entró en acción. Sus brazos surgieron del follaje y arrastraron a la desdichada niña. Una gasa cubierta de cloroformo evitó que gritara y se agitase. Ya solamente faltaban la fase más sencilla de todo el proceso de caza.

Cuando llegaron no perdió el tiempo. La tendió sobre el suelo y le desabrochó el pantalón. Seguidamente le dio unos suaves golpes para despertarla. A él le gustaba que gritaran durante su tortura.

Sin embargo, lo único que consiguió despertándola fue activar un ominoso mecanismo que le llevaría a la ruina. Sin esperárselo, la niña, con una serie de movimientos característicos de una respetable habilidad en artes marciales, le asestó cientos de puñetazos y patadas y concluyó empujándole contra la pared. Con los huesos de sus piernas rotos no se movería de allí, podía explicarle con tranquilidad todo lo acontecido al ensimismado pederasta.

-Deja de mirarme con esa cara de bobalicón. No es un hechizo ni nada por el estilo. Padezco hipopituitarismo, y una de las consecuencias de ello es tener la apariencia física de una niña cuando realmente soy una mujer hecha y derecha. Haciendo uso de esta patología me dedico a fingir que caigo en vuestras trampas para luego contraatacar vuestros atroces actos.

Él, ahora convertido en la presa, no sabía cómo reaccionar. Las intenciones de esa pequeña eran reales, prueba de ello eran sus magulladuras. En sus ojos, abiertos como platos, se reflejaba la mueca irónica de ella.

-¿Sorprendido? Sí –continuó–. Tuve que volverme muy fría para mantenerme impasible mientras me manoseabas. Fue duro, no puedo negarlo, pero ya te lo he dicho, la recompensa es muy reconfortante.

-¡Piedad, por favor! ¡Recurre a tu humanidad!

-¿Piedad? ¿Humanidad? ¿Acaso tú fuiste piadoso con esas indefensas niñas que suplicaban que pararas? ¿Acaso tú fuiste humano cuando, tras propiciarles tal trauma, las descuartizabas provocándoles un inmenso dolor? No… La única compasión que puedo mantener contigo es la de no mandarte a la cárcel… Pero eso no quiere decir que tu destino vaya a ser mejor.

Ella deslizó un garfio bajo la manga de su chaqueta y con ímpetu lo clavó en la entrepierna del pederasta para después retorcerlo una y otra vez, hundiéndolo cada vez más hasta el momento en el que este ni siquiera podía gritar y caía inconsciente al suelo.

A partir de aquí el trabajo fue más fácil. Sin oposición alguna de la víctima, la mujer desgarró su mesograstrio y comenzó a extraerle las entrañas. Una vez su cuerpo estaba vacío, con su sangre y algunos trozos viscerales, realizó un breve mensaje al lado del cadáver como aviso para aquellos que compartieran sus mismos gustos sexuales.

Vuestra enfermedad no conoce límites, mi sadismo tampoco.

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