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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 8 de febrero de 2014

Microdemencia: Incógnito

Cuenta una leyenda que justo el día en el que vas a morir recibes un aviso cuyo emisor es desconocido. Antiguamente llegaba una carta al “condenado”. En la actualidad se usa otro método más sofisticado: una llamada, marcada como número oculto, suena en tu móvil durante seis segundos exactos. A partir de ahí, más tarde o más temprano, pero en ese mismo día, falleces.

Esto para mí es realmente curioso, ya que trabajo como médica forense. Y puedo asegurar de primera mano que todos y cada uno de los cadáveres que llegan a mi gélida habitación recibieron dicha llamada. Puede ser una coincidencia, después de todo cada día se realizan millones de llamadas, y, con la tecnología tan avanzada que hay en los aspectos de la comunicación, es difícil no recibir alguna interacción en tu móvil en menos de veinticuatro horas.

Pero… yo siempre estoy abierta al completo abanico de las posibilidades, ¿y si de verdad esas llamadas y el fallecimiento del receptor están relacionados? ¿Y si hay de verdad un mensajero de la Muerte?

Mi trabajo no es como lo plasman en libros o películas, es absurdamente aburrido. Cuando entré estaba entusiasmada, lo admito. Eso de estar diariamente rodeada por muñecos que una vez se movían es bastante atrayente. Pero una ya tiene sus años, el hedor a muerte se ha impregnado en mis células, apesto a formol y cuando veo a gente viva no puedo evitar transformar sus cuerpos, desde mi mente, en títeres inertes.

Desearía que esto no hubiera acabado así, ojalá hubiera podido pararlo cuando era posible. No haber llegado al final, sí… eso hubiera estado tan bien. Pero ya no hay vuelta atrás, estoy repleta de putrefacción y mi alma está necrosada. No tengo nada que perder, no sé si hay algo sobrenatural tras esta leyenda, pero… llevo demasiados años oculta en el falso arrepentimiento de maravillarme por mi fúnebre monotonía. Hoy haré algo de provecho, no por los muertos, sino por los vivos.

Así pues, me puse manos a la obra. Como forense, tenía permiso para indagar en los perfiles de mis “pacientes” con la misma libertad que un policía revisa el expediente de un delincuente.

Por suerte fui previsora y mi yo del pasado apuntaba todas y cada una de las acciones que realizaban los cadáveres en su último día por aquí. Únicamente debía colocarme las gafas y preparar a mi vista. Me esperaban cientos y cientos de informes forenses que me acompañarían durante toda la noche.

Abandoné mi despacho junto con los cuatro pesados archivadores y me fui al mortuorio. Avisé de mi paradero a una compañera de trabajo por si había una urgencia y me encerré allí, en aquella sala que, mientras a una persona normal la perturbaría, a mí me tranquilizaba.

Abrí el primer archivador y revisé todos los fragmentos del apartado de “Actuación final”. Algunos consistían en un par de líneas, otros, por el contrario, tenían escritas hasta una cara entera. Sin embargo, fueran muchas o pocas las acciones de ese día, todos y cada uno de ellos presentaban la misma similitud: una llamada recibida de un número oculto.

El análisis de sus fallecimientos indicaba causas muy variopintas. Accidentes, asesinatos, suicidios… Es decir, era imposible que aquel que se encontrara al otro lado del teléfono fuera un homicida. Como mucho podría ser alguien que les preparaba para la última función.

De entre todas las fichas, me encontré con una reciente que había olvidado. Era un adolescente que apuntaba en un cuaderno, el cual llevaba siempre consigo, todo lo que hacía, con pelos y señales, intimidades inclusive.

Por supuesto, yo apunté por completo lo que escribió acerca del día de su muerte. Fue curioso saber que hasta había escrito algo cinco minutos antes de ser arrollado por un camión fuera de control. Lo más relevante fueron los tres párrafos finales.

“[12:15]: Vuelvo a pensar en aquella extraña llamada. Es la primera vez que un número de estos no vuelve a insistir. No sé qué pretendía con esa duración tan corta. No pienso gastar saldo de mi teléfono para hablar con un desconocido. Si de verdad era una llamada pérdida, pues que vuelva a contactar conmigo. Recibirá la misma respuesta: indiferencia.

[13:05]: He estado charlando con uno de mis amigos acerca de ello. Me enerva realmente. ¿A quién se le ocurre llamarme un sábado a las seis de la mañana? Vale que fueran apenas segundos, pero me sacó de mi plácido sueño… Respecto a lo de la charla, me ha dicho que hay una forma de averiguar la procedencia de esta, así que dentro de un rato iré a casa de Luis y podré saber el número de ese tipo. Ahora seré yo quien le despierte por la noche.

[15:00]: Ha sido realmente desconcertante… Conecté el móvil a su ordenador y él usó ese raro programa para descodificar las llamadas. Sin embargo, cuando intentó destapar el número, tan sólo aparecieron unos confusos dígitos. Tras ello, una imagen parpadeante surgió en la pantalla. No sé muy bien la razón, pero era una especie de collage de fotos de camiones. Y lo mejor fue cuando se ubicó en el mapa la fuente de la llamada: en mi casa, desde este mismo móvil. En fin, me imagino que el que hizo esto tiene unos conocimientos mucho más amplios que Lucas en lo que respecta al hacking. Supongo que iré a mi casa a descansar.”

Esto es fascinante, y una gran pista. En ese momento el chico no lo sabía, pero aquel collage representaba lo que le iba a matar. Si pudiese encontrar al tal Lucas y pedirle información acerca de su programa informático… tal vez podría adelantar al de la guadaña en su propio campo. Aunque sea en el mismo día, conocer con una notoria exactitud cómo vas a morir puede, precisamente, salvarte la vida. ¿Habré dado con la clave que todo científico que se precie busca, con el primer escalón hacia la inmortalidad?

En ese momento la compañera de la que hablé antes tocó la puerta y entró.

-Perdón que te moleste, pero deberías pasarte un momento por tu despacho, hay una llamada para ti.

-¿Sabes de quién?

-No, lo siento. Era un número oculto.

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