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Es difícil explicar dicha situación si no se ha vivido. Al
principio te dicen, cuando tienes apenas cinco años y ni siquiera sabes cómo
funciona el mundo, que te van a llevar a un sitio maravilloso durante una
temporada para que te vuelvas sano y fuerte. Una vez te llevan al lugar
empiezas a cuestionarte si ha sido una buena idea el haber aceptado con tanta
determinación. Los primeros días intentas sobrellevarlo lo mejor que puedes, al
fin y al cabo, es una gran cúpula de metal, tan gris como esos grandes edificios
de la ciudad que parece que se alzan hasta las mismísimas puertas del Cielo.
Pero al cabo de varios meses te vuelves, literalmente, loco… Te creas amigos
imaginarios para que te hagan compañía, y eso en cierta medida funciona, al
menos durante el escaso tiempo que tu cerebro mantiene las formas… De ahí pasas
a los delirios. El deterioro de los intervalos de vigilia y sueño, además,
irrumpe en tu realidad, causándote un onirismo paranoico. Súmale, también, la
depresión y la ansiedad y obtendrás la mezcolanza de un horror confeccionado
por tiranos.
Pero todo eso cambió cierto día. Estaba tumbado en el césped
cuando pude ver, en el horizonte, a un extraño aproximarse. No daba crédito,
¿de verdad venía hacía aquí porque quería o es que se había perdido? Habría que
averiguarlo, así que me levanté y fui corriendo para saludarle.
Era una chica un año mayor que yo. Me dijo que sus padres
también la habían mandado a este lugar. Por un lado, lo lamentaba por ella, pero, por otro, no podía evitar alegrarme, ¡al fin tendría la compañía de alguien! Le di un fuerte abrazo de bienvenida y la invité al interior de la cúpula. No hay
mucho que enseñar, pero el entusiasmo hacía grandiosa esta demostración
turística.
No obstante, la veía a veces pensativa, triste. Es decir, la
mayor parte del tiempo sonreía y se comportaba de forma muy afectiva conmigo,
pero era como si le diera vueltas a algo constantemente. Me preocupaba, quizás
en su interior sí le había afectado este cambio de aires. O tal vez…
Tal vez era yo. Sí, posiblemente fuera por “eso”. Sólo habían
pasado dos días con ella y creo que eso era suficiente para que la definición
de tortura pudiese aplicarse. Después de todo, fui abandonado por “aquello”, era
imposible, entonces, que hubiese llegado aquí por obligación de sus tutores legales…
Me armé de valor y la llevé afuera, al césped, justo donde
la vi por primera vez hace casi cuarentaiocho horas. Tenía que hablarle y dejar
las cosas claras. Esto podría acabar en un aciago drama, pero cualquier
melancólico resultado no le llegaba ni a la suela de los zapatos a la profunda
aflicción de mi antigua soledad. Por tanto, cogí aire y hablé.
-Vas a matarme,
¿verdad?
-¿Co…Cómo… lo…lo has…
averiguado? –preguntó con la voz entrecortada–.
-Nadie puede quererme…
Me he estado haciendo el ignorante todo este tiempo, pero, a pesar del
ocultismo, uno se entera de ciertas cosas. Ya sabía que me abandonaron aquí
porque nací con una sobrenatural aura que provoca incontables males a aquellos
que me rodean…
-No… no sé qué decir.
-No hace falta que
digas nada. Me ha parecido muy valiente por tu parte el haber estado durante
dos días seguidos a mi lado. Aunque sabía que todo era un engaño, me he sentido
apreciado y te lo agradezco. Sin embargo, era consciente de que esto no sería
para siempre y que sólo buscabas tu momento para darme muerte.
-Verás… no es que lo
haga con gusto, pero…
-Sí, me hago a la
idea. Probablemente al hacerme mayor también haya aumentado mi aura y ya no sea
suficiente con mantenerme lejos. Está bien que lo hagas. Pero antes quiero que
recuerdes una cosa: asesinarme a mí no va a acabar con todos los males del
mundo, y el que la gente haya decidido matar a un chaval de trece años es la
prueba fehaciente de ello. No obstante, si eso os vas a dejar más tranquilos…
por favor, procede.
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-Una lástima… porque yo
sí.
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