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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

jueves, 20 de febrero de 2014

Microdemencia: Solitario

Llevaba tanto tiempo en este sitio… alejado de la civilización… No sabía con exactitud los años, pero a mí me parecía una eternidad. Me costaba acordarme de cómo hablar y, si no llegara a ser por la necesidad de masticar para comer, creo que hasta se me habría atrofiado la musculatura mandibular.

Es difícil explicar dicha situación si no se ha vivido. Al principio te dicen, cuando tienes apenas cinco años y ni siquiera sabes cómo funciona el mundo, que te van a llevar a un sitio maravilloso durante una temporada para que te vuelvas sano y fuerte. Una vez te llevan al lugar empiezas a cuestionarte si ha sido una buena idea el haber aceptado con tanta determinación. Los primeros días intentas sobrellevarlo lo mejor que puedes, al fin y al cabo, es una gran cúpula de metal, tan gris como esos grandes edificios de la ciudad que parece que se alzan hasta las mismísimas puertas del Cielo. Pero al cabo de varios meses te vuelves, literalmente, loco… Te creas amigos imaginarios para que te hagan compañía, y eso en cierta medida funciona, al menos durante el escaso tiempo que tu cerebro mantiene las formas… De ahí pasas a los delirios. El deterioro de los intervalos de vigilia y sueño, además, irrumpe en tu realidad, causándote un onirismo paranoico. Súmale, también, la depresión y la ansiedad y obtendrás la mezcolanza de un horror confeccionado por tiranos.

Pero todo eso cambió cierto día. Estaba tumbado en el césped cuando pude ver, en el horizonte, a un extraño aproximarse. No daba crédito, ¿de verdad venía hacía aquí porque quería o es que se había perdido? Habría que averiguarlo, así que me levanté y fui corriendo para saludarle.

Era una chica un año mayor que yo. Me dijo que sus padres también la habían mandado a este lugar. Por un lado, lo lamentaba por ella, pero, por otro, no podía evitar alegrarme, ¡al fin tendría la compañía de alguien! Le di un fuerte abrazo de bienvenida y la invité al interior de la cúpula. No hay mucho que enseñar, pero el entusiasmo hacía grandiosa esta demostración turística.

No obstante, la veía a veces pensativa, triste. Es decir, la mayor parte del tiempo sonreía y se comportaba de forma muy afectiva conmigo, pero era como si le diera vueltas a algo constantemente. Me preocupaba, quizás en su interior sí le había afectado este cambio de aires. O tal vez…

Tal vez era yo. Sí, posiblemente fuera por “eso”. Sólo habían pasado dos días con ella y creo que eso era suficiente para que la definición de tortura pudiese aplicarse. Después de todo, fui abandonado por “aquello”, era imposible, entonces, que hubiese llegado aquí por obligación de sus tutores legales…

Me armé de valor y la llevé afuera, al césped, justo donde la vi por primera vez hace casi cuarentaiocho horas. Tenía que hablarle y dejar las cosas claras. Esto podría acabar en un aciago drama, pero cualquier melancólico resultado no le llegaba ni a la suela de los zapatos a la profunda aflicción de mi antigua soledad. Por tanto, cogí aire y hablé.

-Vas a matarme, ¿verdad?

-¿Co…Cómo… lo…lo has… averiguado? –preguntó con la voz entrecortada–.

-Nadie puede quererme… Me he estado haciendo el ignorante todo este tiempo, pero, a pesar del ocultismo, uno se entera de ciertas cosas. Ya sabía que me abandonaron aquí porque nací con una sobrenatural aura que provoca incontables males a aquellos que me rodean…

-No… no sé qué decir.

-No hace falta que digas nada. Me ha parecido muy valiente por tu parte el haber estado durante dos días seguidos a mi lado. Aunque sabía que todo era un engaño, me he sentido apreciado y te lo agradezco. Sin embargo, era consciente de que esto no sería para siempre y que sólo buscabas tu momento para darme muerte.

-Verás… no es que lo haga con gusto, pero…

-Sí, me hago a la idea. Probablemente al hacerme mayor también haya aumentado mi aura y ya no sea suficiente con mantenerme lejos. Está bien que lo hagas. Pero antes quiero que recuerdes una cosa: asesinarme a mí no va a acabar con todos los males del mundo, y el que la gente haya decidido matar a un chaval de trece años es la prueba fehaciente de ello. No obstante, si eso os vas a dejar más tranquilos… por favor, procede.

-No, no puedo… Acabo de abrir los ojos. Me contaron tantas mentiras acerca de ti, sobre que el aura la producías tú por propia voluntad, que adorabas la malicia y te regodeabas de las desgracias ajenas… En cambio, he visto a un chico que es capaz de sacrificarse por la gente que le odia, un chico que sólo busca ser querido y nada más, un chico amable y comprensivo que ha conseguido sacarme más de una sonrisa aun a sabiendas de que iba a ser tu asesina. Me lavaron el cerebro para acatar las órdenes de un par de hipocondríacos paranoides… Abandono mi cometido. No, no voy a matarte.

-Una lástima… porque yo sí.

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