
-Yo no he considerado
nada. He venido obligada.
-De acuerdo. ¿Usted
piensa que todo va bien, que no requiere ayuda de ningún tipo?
-Mire. Mejor vamos a
dejar las cosas claras desde el principio. Hace tiempo estudié un postgrado de
psicosociales. Sé a la perfección los procedimientos que hay que realizar en
aquellas personas que… ¿cómo los describís? Ah, ya recuerdo… que no son
conscientes de su trastorno mental. Vas a emprender un breve cuestionario que
te encaminará a una serie de preguntas más concretas con la finalidad de que
abra los ojos ante mi “enfermedad”.
-Está bien, me alegra
que esté conversando con una persona que ha estudiado psicología. Pero ya le
digo que esa no era mi intención. Esta es la primera sesión, imagino que se
sentirá incómoda al venir aquí para que le curen algo inexistente. Por eso, me
parece que lo mejor será hablar. Vamos a estar una hora aquí, ¿no cree que al
menos una charla amenizaría esto?
-Si usted lo dice…
-Muy bien. A ver, ignore
que esto es una consulta. Piense que está contándole a un amigo la razón por la
que la han enviado aquí. Tal vez ese amigo pueda enfocar el asunto de tal forma
que le ayude.
-Lo único que me
ayudaría sería un papel en el que pusiera que soy una persona normal y
corriente como el resto. ¿O es que pensar diferente ahora es síntoma de locura?
-¿A qué quiere
referirse con diferente?
-Bah… me rindo. Será
mejor acabar con esto cuanto antes… Verá, desde hace un lustro aproximadamente
abandoné una medicación que tenía para la depresión. Parece irónico, pero, al
tomarla, era como si mi depresión aumentara… Básicamente porque mis instintos
suicidas eran mayores, llegando incluso a estar un par de veces hospitalizada por
esta misma razón.
-¿Y cuando se
retiraron los antidepresivos se sintió mejor?
-Así fue. A veces
tengo ciertas recaídas y, para qué negarlo, me vienen pequeños impulsos que me
incitan a quitarme la vida. No obstante, estoy muchísimo mejor sin esas drogas
que con ellas.
-Eso es fantástico. Yo
soy de esos que piensa que, si tu cuerpo puede arreglárselas sin un excesivo
número de fármacos, es mucho más beneficioso que estar cada día consumiendo
píldoras mañana y noche. Por cierto, ¿sería molestia si le pregunto cuál fue la
razón de que fuera recetada con antidepresivos? ¿Era depresión mayor?
-Los tomaba desde que
era una niña. Por esa época también me habían recetado ansiolíticos y
neurolépticos, aunque estos me los retiró el propio médico con la mayoría de
edad. Sin embargo, se negó a dejarme sin antidepresivos. Todo este mejunje se
debía a un diagnóstico incongruente. Fui a decenas de psiquiatras y todos coincidían
en que mi visión del mundo era una distorsión creada por culpa de mi apetencia
por el aislamiento social.
-Me encantaría que me
describiera esa supuesta distorsión, si no se siente incómoda, por supuesto.
-Para nada. Aunque primero
tengo que dejar una cosa clara: yo estaba completamente de acuerdo con esos
loqueros en lo referente a mi aislamiento. Hubo unos años en los que hasta
pensaba que de verdad tenía algún trastorno. Es bien sabido que, normalmente,
los niños y las niñas que se encuentran en soledad, en su necesidad de hablar con alguien, crean
amistades imaginarias que son tan visibles para ellos y ellas como lo es un árbol o una
nube.
-Pero creciste y esas “amistades imaginarias” no desaparecieron, ¿cierto?
-Eso es. Cada día, desde
hace veintidós años, me ha estado acompañando una de estas amistades. Se van
cambiando conforme la semana avanza. Mi favorita es la de los martes. Lleva una
gran armadura electrónica y nos divertimos mucho haciendo trastadas en las
tiendas de informática. Pero eso no significa que el resto no me caigan fenomenal.
-Y una pregunta, ¿esas amistades siempre han tenido una apariencia adulta o han crecido con usted? Quiero
decir, ¿también eran infantes cuando usted era pequeña?
-¡Claro que sí! Son
seres vivos como nosotros, si no hubieran sido niños en esa época, entonces ahora
serían ancianos. Es pura lógica biológica.
-Entienda, haciendo un
inciso, que no es muy habitual que una persona reciba una visita diaria de unos
seres que sólo puede ver ella sola. A lo mejor por eso han pensado que debía
hablar conmigo.
-Oh, pero eso tiene
una explicación. No es que las demás personas no puedan verles, sino que no
ponen empeño. Por eso afirmo que mi visión del mundo no es que esté
distorsionada, lo que pasa es que mi inteligencia visual está más evolucionada
y puedo interactuar con habitantes de otras dimensiones… Usted es de ciencias,
no puede negar que la existencia de más dimensiones, ajenas a la nuestra, es
real.
-Bueno… estudié
ciertas teorías que hablaban acerca de ello, aunque sus conclusiones no se
regían mucho por el empirismo convencional. De todas formas, si todo se debe a
que los demás no ponemos empeño, ¿podría enseñarme a tratar de ver al amigo que
le acompaña hoy?
-Puede resultar
complicado detectar al de los miércoles. De los siete él es el único que es
invisible. Me costó darme cuenta de su presencia, incluso creí que a mitad de
la semana me abandonaban para descansar. Sin embargo, aunque sea muy apacible y
parezca casi inexistente, él es muy atento y sabe escuchar. ¿Quiere notar su
presencia?
-Me encantaría.
-De acuerdo. Necesito
que deje de respirar cuando yo le diga. Ha de calmarse y concentrarse. No hace
falta que cierre los ojos, solo quédese tranquilo. Sabrá cuándo él está cerca
de usted, pero no le voy a decir lo que va a hacer, porque si no, pensaría que
es un simple truco mental.
-Ok. Estoy listo.
-Vale, aguante la
respiración… ahora. Bien, siga así… Saile, ve con él.
-No puede ser –respondió
abriendo los ojos de inmediato–.
-¿Ve? Yo no he hecho
nada, sólo le dije a Saile que improvisara. Por lo que veo le agrada
acariciarle su cabello.
-Esto debe ser una
broma…
-Vaya, así que no me
ha creído en ningún momento y sólo ha fingido que me comprendía. Qué extraño…
Usted no se diferencia en nada de los demás loqueros.
-Que no, es que… Por
Dios, ¡ha de admitir que esto no pasa diariamente!
-No hay peros que
valgan. Ya sufre Saile siendo invisible como para que usted se mofe y diga que
no existe, que es irreal. ¿Sabe que hace un par de años atrás descubrimos una
forma muy sencilla de poder visualizar su cuerpo?
-¿Qué… qué forma…?
-Cubrirse con algún
líquido o tinte. Tan simple como eso. A lo mejor si Saile lo hace, usted ya
acepte la realidad.
-¿Y de dónde piensa
sacar suficiente líquido como para hacerlo?
-Bueno… sus cinco
litros bastarán.
-¿¡Cómo dice!? ¡Definitivamente
no está cuerda! Si me mata y declara que lo hizo un ser invisible, la encerrarán
en un manicomio, ¡la tomarán por una loca!
-Llevo siendo acusada de eso casi toda mi vida. Irrelevante. Saile, procede.
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