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Lamento del día

Mientras que yo soy un ciego que ha aceptado su propia invidencia, tú eres uno que aún cree que simplemente tiene una venda tapándole los ojos.

sábado, 22 de febrero de 2014

Microdemencia: Ojos

Otra vez ahí. A la misma hora, en el mismo sitio. Todos los días, cuando voy de camino a la Facultad, a las 7:30 exactas, me cruzo con una anciana de avanzada edad, con la piel reseca y arrugada cubierta por un sayo negro como el azabache.  Lleva unas gafas de sol que ocultan sus globos oculares y un pañuelo que cubre su canosa melena. Camina encorvada y con prisas, y, cuando pasa justo a mi lado, un escalofrío recorre mi espalda. Sé que ella también se fija en mí, aunque no pueda ver sus pupilas, me percato de que hace un ligero movimiento con la cabeza. ¿A dónde irá diariamente?

No falla. Incluso un sábado, a pesar del terrible sacrificio que tuve que hacer para levantarme, la vi caminar por esa calle a la hora de siempre… Sé que no debo entrometerme en la vida de los demás, pero ha llegado un momento en el que esta curiosidad es irresistible para mi mente de científico. Por lo tanto, voy a tener que determinar un día para seguirla y ver cuál es ese destino al que ha de ir día sí y día también.

Seguramente al final irá a un parque para echarles migas de pan a los pájaros, a visitar a sus nietos o a alguna de esas típicas cosas que hace la gente de su edad. No obstante, este viernes es “festivo”, ya que estoy en época de exámenes, por lo que le haré una visita. Al fin y al cabo, tenía que madrugar porque he quedado en la biblioteca general, así que no me hará mucho daño adelantar el despertador una hora y media. No creo que me lleve demasiado tiempo descubrir hacia dónde se dirige, y posiblemente regrese decepcionado, pero esta intriga empieza a ser ulcerosa, así que mañana saldré de dudas.

Me acuesto y a los pocos “minutos” me despierto. Joder, ya son las 6:30. Me quito las legañas, me visto, meto los apuntes en la mochila y salgo de casa… sin desayunar. Estaría gracioso que muriera de inanición antes de averiguar lo de esa anciana… Bah, siempre tengo alguna que otra chocolatina aplastada en el fondo de la mochila. Me tomaré una por el camino y listo.

Finalmente llego al punto enigma de la calle. Son las 7:25, así que estará al caer. Me siento en el bordillo y aprovecho para repasar los primeros temas. Como era de prever, embaucado en los estudios, los cinco minutos pasan fugazmente y de inmediato veo pasar al lado de mí a esa anciana. Ahora toca ser sigiloso. Espero un poco y guardo todo en la mochila, me incorporo y doy comienzo a la persecución patrocinada por mi curiosidad.

Realmente es un trayecto considerable, pero, tras cuarentaicinco minutos de caminata, al fin se detiene. ¡Vaya, no me resulta raro, justo en una obra! Lo que dije… cosas de ancianos… Suelto una breve carcajada repleta de ironía y me doy la vuelta dispuesto a ir a la biblioteca general. Sin embargo, la voz de alguien me llama por mi nombre.

No puede ser, es esa anciana. ¿Me conoce? Dice que me acerque a ella. Esto pinta mal. Pero ya que hemos llegado hasta aquí… no me va acobardar que ella me conozca, así que obedezco y me pongo justo delante de ella. Pregunto qué ocurre y responde que sabía perfectamente que hoy la perseguiría.

Esto empieza a volverse raro. Charlo un rato con ella y las pocas conclusiones que obtengo son que es una especie de clarividente encargada de hacer que el destino se cumpla, por lo que estuvo haciendo estos paseos diarios para llamar mi atención lo suficiente como para seguirla. Afirmaba, además, y aquí viene lo bueno, que hoy moriría, que un avión estallaría y una de sus placas caería justo encima de mí.

Sé que hay que tener respeto hacia la tercera edad, pero… ¿acaso tú te hubieras contenido la risa? Sin nada más que añadir, le agradezco la broma y me marcho. Desafortunadamente, tropiezo con un montón de escombros y ruedo por el suelo hasta una zona de cables. Intento levantarme, pero eso lo empeora todo. Doy un tirón y uno de los cables se suelta de su polea de seguridad enroscándose violentamente en mi pierna y atrapándome ahí.

Pido ayuda a la anciana, en cambio, sólo responde alzando su dedo índice, señalando al cielo. Alzo la vista y observo, completamente sorprendido, una gran masa de fuego… Está claro, no sé cómo ha conseguido averiguarlo, pero efectivamente acaba de explotar un avión.

Vuelvo a insistir en que me ayude. No obstante, ella señala el cielo de nuevo, aunque ahora su dedo se va moviendo con lentitud. Comienzo a temblar, no puede ser que de verdad… Levanto la cabeza y veo un objeto descender a gran velocidad. No soy un experto en física vectorial, pero estoy casi seguro de que va a aterrizar en mi cráneo.

Por su parte, la anciana, aún muda, se despide de mí y se va. Mierda, voy a morir… Tiro con fuerza del cable, quizás ceda… No, no hay forma humana de desatarme y no tiene la suficiente longitud como para que me aleje y consiga evitar el impacto…

Es irremediable… estoy atrapado en ese entorno causal, el arquero ha apuntado con la flecha del destino a mi corazón y en cuestión de segundos su disparo certero dará fin a la función. Sin embargo, mientras la Muerte se abalanza contra mí, no puedo evitar pensar en las decisiones que he tomado para al final acabar aquí… La clarividente aseguraba que hoy, hiciera lo que hiciera, acabaría muerto, aplastado por la placa desprendida de un avión accidentado. Me resulta extraño, ¿de verdad no podía hacer nada o es que estaba predestinado a caer en esta fatal trampa? Después de todo ella me guió hasta aquí, esperó al momento exacto y permaneció impasible como la mismísima Parca. Esto hace que me pregunte:

Si no hubiera seguido a aquella que atrajo mi óbito, ¿mi vida hubiera durado más?

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