Otra vez ahí. A la misma hora, en el mismo sitio. Todos los
días, cuando voy de camino a la Facultad, a las 7:30 exactas, me cruzo con una
anciana de avanzada edad, con la piel reseca y arrugada cubierta por un sayo
negro como el azabache. Lleva unas gafas
de sol que ocultan sus globos oculares y un pañuelo que cubre su canosa melena.
Camina encorvada y con prisas, y, cuando pasa justo a mi lado, un escalofrío
recorre mi espalda. Sé que ella también se fija en mí, aunque no pueda ver sus
pupilas, me percato de que hace un ligero movimiento con la cabeza. ¿A dónde irá
diariamente?
No falla. Incluso un sábado, a pesar del terrible sacrificio
que tuve que hacer para levantarme, la vi caminar por esa calle a la hora de
siempre… Sé que no debo entrometerme en la vida de los demás, pero ha llegado
un momento en el que esta curiosidad es irresistible para mi mente de científico.
Por lo tanto, voy a tener que determinar un día para seguirla y ver cuál es ese
destino al que ha de ir día sí y día también.
Seguramente al final irá a un parque para echarles migas de
pan a los pájaros, a visitar a sus nietos o a alguna de esas típicas cosas que
hace la gente de su edad. No obstante, este viernes es “festivo”, ya que estoy
en época de exámenes, por lo que le haré una visita. Al fin y al cabo, tenía que
madrugar porque he quedado en la biblioteca general, así que no me hará mucho
daño adelantar el despertador una hora y media. No creo que me lleve demasiado
tiempo descubrir hacia dónde se dirige, y posiblemente regrese decepcionado,
pero esta intriga empieza a ser ulcerosa, así que mañana saldré de dudas.
Me acuesto y a los pocos “minutos” me despierto. Joder, ya
son las 6:30. Me quito las legañas, me visto, meto los apuntes en la mochila y
salgo de casa… sin desayunar. Estaría gracioso que muriera de inanición antes
de averiguar lo de esa anciana… Bah, siempre tengo alguna que otra chocolatina
aplastada en el fondo de la mochila. Me tomaré una por el camino y listo.
Finalmente llego al punto enigma de la calle. Son las 7:25,
así que estará al caer. Me siento en el bordillo y aprovecho para repasar los
primeros temas. Como era de prever, embaucado en los estudios, los cinco
minutos pasan fugazmente y de inmediato veo pasar al lado de mí a esa anciana.
Ahora toca ser sigiloso. Espero un poco y guardo todo en la mochila, me
incorporo y doy comienzo a la persecución patrocinada por mi curiosidad.
Realmente es un trayecto considerable, pero, tras
cuarentaicinco minutos de caminata, al fin se detiene. ¡Vaya, no me resulta
raro, justo en una obra! Lo que dije… cosas de ancianos… Suelto una breve
carcajada repleta de ironía y me doy la vuelta dispuesto a ir a la biblioteca general. Sin embargo, la voz de alguien me llama por mi nombre.
No puede ser, es esa anciana. ¿Me conoce? Dice que me
acerque a ella. Esto pinta mal. Pero ya que hemos llegado hasta aquí… no me va
acobardar que ella me conozca, así que obedezco y me pongo justo delante de
ella. Pregunto qué ocurre y responde que sabía perfectamente que hoy la perseguiría.
Esto empieza a volverse raro. Charlo un rato con ella y las
pocas conclusiones que obtengo son que es una especie de clarividente encargada
de hacer que el destino se cumpla, por lo que estuvo haciendo estos paseos
diarios para llamar mi atención lo suficiente como para seguirla. Afirmaba,
además, y aquí viene lo bueno, que hoy moriría, que un avión estallaría y una
de sus placas caería justo encima de mí.
Sé que hay que tener respeto hacia la tercera edad, pero…
¿acaso tú te hubieras contenido la risa? Sin nada más que añadir, le agradezco
la broma y me marcho. Desafortunadamente, tropiezo con un montón de escombros y
ruedo por el suelo hasta una zona de cables. Intento levantarme, pero eso lo
empeora todo. Doy un tirón y uno de los cables se suelta de su polea de
seguridad enroscándose violentamente en mi pierna y atrapándome ahí.
Pido ayuda a la anciana, en cambio, sólo responde alzando su
dedo índice, señalando al cielo. Alzo la vista y observo, completamente
sorprendido, una gran masa de fuego… Está claro, no sé cómo ha conseguido
averiguarlo, pero efectivamente acaba de explotar un avión.
Vuelvo a insistir en que me ayude. No obstante, ella señala
el cielo de nuevo, aunque ahora su dedo se va moviendo con lentitud. Comienzo a
temblar, no puede ser que de verdad… Levanto la cabeza y veo un objeto
descender a gran velocidad. No soy un experto en física vectorial, pero estoy
casi seguro de que va a aterrizar en mi cráneo.
Por su parte, la anciana, aún muda, se despide de mí y se va.
Mierda, voy a morir… Tiro con fuerza del cable, quizás ceda… No, no hay forma
humana de desatarme y no tiene la suficiente longitud como para que me aleje y
consiga evitar el impacto…
Es irremediable… estoy atrapado en ese entorno causal, el
arquero ha apuntado con la flecha del destino a mi corazón y en cuestión de segundos
su disparo certero dará fin a la función. Sin embargo, mientras la Muerte se
abalanza contra mí, no puedo evitar pensar en las decisiones que he tomado para
al final acabar aquí… La clarividente aseguraba que hoy, hiciera lo que
hiciera, acabaría muerto, aplastado por la placa desprendida de un avión
accidentado. Me resulta extraño, ¿de verdad no podía hacer nada o es que estaba
predestinado a caer en esta fatal trampa? Después de todo ella me guió hasta
aquí, esperó al momento exacto y permaneció impasible como la mismísima Parca.
Esto hace que me pregunte:
Si no hubiera seguido a aquella que atrajo mi óbito, ¿mi
vida hubiera durado más?
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