
Explicarlo es difícil para alguien que asienta sus conocimientos en un marco de posibilidades confeccionado por sus experiencias. Para el resto, será tan fácil de exponer como decir que ante mí se hallaba el protagonista principal de mis historias: un joven mago y espadachín nacido en una Edad Media con un amplio desarrollo tecnológico. Debió surcar el espacio una estrella fugaz justo cuando deseé que cobrara vida, porque ahora está fuera de los libros y es tan real como la felicidad o la tristeza.
Pero la causa podía obviarse, lo importante era que no se
debía a ningún sueño, era real. En cierto modo me sentía como una Diosa presentándome ante Adán, con la diferencia de que este protohombre era bastante
inteligente, no tenía que explicarle nada, se comportaba como si esa habitación
fuera suya y ni siquiera se preguntaba cómo había llegado hasta aquí.
A partir de ahí él me dio dos opciones. Tomar otra dosis de
la pócima para revertir el efecto o aprender a convivir en este mundo. No hace
falta que diga qué opción escogí. Por mucho que todo esté en mi contra, seguiré
pensando que yo soy la autora de este mundo y no al contrario. Y, aplicando esa
premisa, me dispongo a relatar una frase con la que cualquier escritor o escritora estará de acuerdo.
-Bueno, imagino que
tendrás unas cuantas dudas. –afirmé con asertividad–.
-La verdad es que no
muchas. Tan sólo una. ¿Sabes dónde te encuentras?
-Por supuesto que sí.
Estoy en mi casa, en Madrid, es la capital de España.
-No. Ese lugar que
acabas de nombrar pertenece al sitio de donde procedes, yo me refiero a este
mundo, al real.
-¿Cómo? Creo que el
viaje te ha afectado, bastante energía ha de haberse gastado para sacarte de un
par de líneas de un libro como para no haber provocado ninguna tara.
-Entiendo. Así que
crees que siempre has existido… Eso me ha servido de mucha ayuda, ya conozco la
mejor manera de guiar esta conversación para causarte el más mínimo daño
psicológico.
-A ver… Te estás
equivocando. Recapitulemos. Llevo años escribiendo relatos en los que tú eres
el personaje estrella. Tengo una gran cantidad de esas historias esparcidas por
esta habitación. Un día deseé que fueras real y parece que mis plegarias fueron
atendidas. Eso es todo.
-Me temo mucho que eso
no es cierto –respondió con una rotunda seriedad–. De hecho, es todo lo contrario. Yo no soy el personaje de un libro,
sino tú.
-Si quieres imitar a
Unamuno, quiero que sepas que no me ha gustado la broma ni desde el principio
de la misma. Deja de delirar. ¿Sabes qué? Estaría genial que regresaras a las
páginas, sólo traes problemas pensando por ti solo…
-Veo que sigues en la
fase de negación. Cuando pedí que te materializaran, ya me advirtieron de ello.
Muy bien, supongo que tendré que recurrir a medidas drásticas.
-¿Vas a… matarme?
-Nada de eso –negó
rápidamente con la cabeza–. Mi espada se
reserva para los ataques de dracónicos y reptiliacechadores. Este asunto lo
resolveré con el diálogo, tal y como llevo intentándolo estos minutos.
-¿Y qué vas a hacer
entonces?
-Tan solo rebusca en
esta habitación alguno de esos libros de los que afirmas que yo provengo. Si
encuentras uno sólo de ellos, te doy mi palabra de honor, te dejaré en paz.
-Me parece razonable
el trato. Ahora verás, te demostraré que el personaje ficticio eres tú y no yo.
Comencé como una desquiciada a buscar entre los estantes,
bajo la cama, sobre el escritorio, pero no había ninguna página donde
aparecieran los libros que yo había escrito. A punto de lanzar algún improperio
afirmando que él había escondido mis relatos, me mostró una página en la que
salía la descripción de una persona, la cual, tras leer el párrafo, se
asemejaba mucho a mí, tanto psíquica como físicamente. Todo apuntaba, entonces,
a que el personaje ficticio era yo… y no él.
-¿Lo comprendes ahora?
En mis ratos libres escribía sobre un mundo futurista carente de la tecnología
actual. El personaje que inventé, es decir, tú, fue creado con la mayor
sencillez posible. Seguramente adoptaste una psicología igual de sencilla. O, en
otras palabras, tu cerebro se había acostumbrado a una normalidad excesiva, de
tal forma que calificabas como fantástico o imposible cualquier pincelada que
añadía yo en la historia que fuera más acorde a mi realidad.
Seguía enmudecida, en shock. Mi vida acababa de
desmoronarse, todo era una sucesión de mentiras, todo creado a partir de la
pluma que empuñaba él. ¿Qué sería de mí ahora?
-Cuando acabé las
obras quise llegar a más –prosiguió–. Así que busqué al mejor hechicero de
la villa y me ofreció por unas pocas monedas de plata una pócima revividora.
Mientras la dejaba reposar sobre el papiro fui a dar una vuelta. Al regresar te
encontré y vi que tu mentalidad estaba trastocada, por lo que te seguí el juego
e intenté, paulatinamente, abrirte los ojos a la auténtica realidad. El resto ya
lo conoces.

¿No es maravilloso poder vivir en el mundo que tus textos
conforman con tanto anhelo?
Si
ResponderEliminar